Si ninguno de los dos candidatos logra superar la barrera del 50% habrá una segunda vuelta electoral prevista, según establece la ley electoral, para una semana después de la proclamación de resultados
| marzo 28, 2015
Los 70 millones de nigerianos llamados a las urnas deberán escoger entre 14 aspirantes, pero sólo dos de ellos cuentan con opciones reales. El primero es el actual presidente, Goodluck Jonathan, que se presenta por el Partido Democrático Popular (PDP) que ha dominado la escena política nigeriana durante los últimos quince años. Cristiano del sur, Jonathan ha sufrido un enorme desgaste en sus cuatro años de gobierno al haberse mostrado incapaz de hacer frente a dos de los grandes problemas que arrastra el país: la corrupción y la descontrolada violencia yihadista de Boko Haram en el noreste, que se ha acentuado en los últimos meses y que ha provocado un millar de muertos en un año y la huida de 3,3 millones de desplazados internos.
El único candidato con posibilidades de derrotarle es Mahamadou Buhari. Militar de carrera, ya fue presidente del país en 1983 durante un año y medio tras protagonizar un golpe de Estado. Musulmán del norte, nacido en Katsina, su paso por la Presidencia le valió fama de austero en lo económico y enérgico en las cuestiones de seguridad, el hombre fuerte que sus seguidores creen que necesita ahora el país frente al timorato Jonathan. Se ha presentado a las elecciones en tres ocasiones y siempre ha salido derrotado, la última vez en 2011 frente al propio Jonathan, pero en esta ocasión encabeza una coalición de cuatro partidos, el Congreso de Todos los Progresistas (APC), que le hace más fuerte que nunca. Según las últimas encuestas, Buhari parte en buena posición en los estados del norte y en la pujante capital económica del país, Lagos, mientras que el actual presidente es favorito en el rico y cristiano sur del que procede el petróleo, la principal fuente de ingresos del país.
Mientras tanto, el noreste sigue siendo el escenario de una guerra sin cuartel contra Boko Haram, el grupo terrorista más sanguinario de África que desde 2009 ha desencadenado una campaña de violencia con más de 13.000 muertos. Desde el pasado mes de febrero, los ejércitos de Nigeria, Chad, Níger y Camerún han unido sus fuerzas contra los yihadistas hasta el punto de que en las últimas semanas parecen haber logrado ciertos avances con la recuperación de una treintena de localidades, la última de ellas, Gwoza, el bastión de los insurgentes, según han asegurado las Fuerzas Armadas nigerianas. Hostigados desde el norte, el este y el sur, los miembros de Boko Haram van abandonando las ciudades que controlaron durante los últimos meses en un repliegue forzoso hacia sus últimos refugios, entre ellos el bosque de Sambisa, donde estuvieron retenidas durante unas semanas las 270 niñas secuestradas en Chibok.
La posibilidad de que Boko Haram trate de impedir el desarrollo normal de las votaciones en el norte del país o que irrumpa en las elecciones de forma violenta con algún tipo de ataque o atentado han provocado la adopción de medidas extremas de seguridad. El Ejército estará presente en los colegios electorales y se ha pedido a los ciudadanos que, una vez hayan votado, no se queden en los alrededores y regresen a sus casas.
Además de la seguridad y la corrupción, la economía ha estado en el centro del debate político durante la campaña. La caída de los precios del petróleo en el mercado internacional ha provocado un notable descenso de los ingresos en este país, que dependen en un 70% de esta materia prima, lo que se ha visto traducido en un deterioro del nivel de vida, con dos de cada tres nigerianos por debajo del índice de la pobreza y uno de cada cuatro en el paro.
(elpais.com)