La líder Conservadora sumó demasiados errores: hundió la libra y la reputación de su partido, y se enfrentó a críticas de hasta sus compañeros más fieles
Ariel Albaez | octubre 20, 2022
Liz Truss ha dimitido, y Reino Unido vuelve a estar huérfano. No pudo soportar la presión de la última semana, en la que perdió a dos de los miembros más importantes de su gabinete inicial, y vio desmoronarse totalmente su visión económica.
«Reconozco que, en esta situación, no puedo cumplir con las promesas que le hice al Partido Conservador. Dimito como líder», anunció Liz Truss, durante una declaración frente al número 10 de Downing Street.
Tras el caótico y sucio episodio en la Cámara de los Comunes, en el que los Conservadores sometieron a votación el Gobierno de Liz Truss, y ella misma olvidó votar a favor de su supervivencia por estar ocupada zarandeando a una compañera, la primera ministra pidió una reunión con Sir Graham Brady, presidente del Comité de 1922.
Esta entidad se encarga de gestionar los asuntos de liderazgo del Partido Conservador, y tiene la decisión final sobre si destituir a Liz Truss. Frente a Brady, la británica presentó oficialmente su dimisión. No soportó la insistencia de su propio bloque; cada vez eran más los tories que pedían, descontentos, un nuevo líder.
Otoño accidentado
La dimisión de Liz Truss marca un récord: el suyo ha sido el Gobierno más corto de la historia británica, y supera al del Conservador George Canning, que duró 119 días en el cargo hasta su muerte por tuberculosis. Desde su nombramiento el día 6 de septiembre, Truss gozó del poder durante apenas 44 días.
Un mes y poco que dio para mucho. En ese tiempo, Truss enterró a la Reina Isabel II, la libra, y la reputación del Partido Conservador. Había ganado las elecciones internas tras la dimisión de Boris Johnson con promesas de un audaz plan fiscal que le salió por la culata: sus drásticas reducciones de impuestos, pensadas para impulsar el emprendimiento británico, sumieron al país en una crisis energética y en otra del coste de vida.
Al finalizar septiembre, y el primer mes de Liz Truss en el cargo, los mercados globales castigaban sus decisiones fiscales. La libra llegó a su valor más bajo en los últimos 37 años, a 1.10 por debajo del dólar. Desde la oposición, el Partido Laborista acusó a Truss de «jugar con la economía británica», y el Fondo Monetario Internacional advirtió a Downing Street que su plan fiscal aumentaría la desigualdad económica y la inflación.
Ya entonces, la agencia de sondeos YouGov auguraba una ventaja de 33 puntos en el apoyo a los Laboristas, y la reputación de Truss se cuantificó en números negativos.
Octubre no hizo más que empeorar las cosas. Poco a poco, el dúo dinámico de Truss y su íntimo amigo Kwasi Kwarteng, al que nombró canciller de Hacienda, empezó a retractar algunas de sus promesas electorales. No fue suficiente; la opinión pública de Truss seguía decayendo, y se vio obligada a tomar decisiones drásticas.
El día 14 de octubre, la primera ministra cesó a Kwarteng y colocó en su lugar a Jeremy Hunt, apodado por la BBC «un par de manos seguras». Eterno segundón y veterano en el gabinete presidencial (Hunt fue ministro de Sanidad en 2012, y de Exteriores en 2019), este Conservador con ambiciones de liderazgo quiso aportar estabilidad y alivio a la economía del país.
Pero supuso otro paso en falso para la reputación de Liz Truss. Nada más asumir el cargo, Hunt derrocó una por una las medidas fiscales propuestas por la primera ministra en septiembre, e impuso una visión económica que tuvo buen efecto en los mercados, pero dejaba por los suelos la de su líder. La encuesta posterior de la agencia YouGov indicaba que un 46% de los británicos opinaron que Hunt es quién maneja el Gobierno, frente al 21% que aún cree que en la autoridad de Truss.
Cuando la estabilidad parecía estar a la vuelta de la esquina, Truss sufrió un nuevo golpe desde su gabinete. La ministra del Interior, Suella Braverman, presentó su dimisión a través de una carta cargada de críticas contra la primera ministra: «Hemos roto nuestras promesas, y me preocupa la dirección que está tomando nuestro Gobierno», escribió la mujer.
Su voz se sumó a las de otros muchos que pedían un cambio de líder. Entre ellos figuraba también el antiguo ministro del Brexit, Lord Frost.
«Liz Truss debe abandonar cuanto antes. Su sucesor, quienquiera que sea, tiene que ser competente, eficaz, y buen comunicador», escribió el ex ministro en una columna para el Telegraph.
El día anterior a su dimisión, la misma agencia publicó resultados que batían otro record: un 77% de los encuestados rechazaban la gestión del Gobierno Conservador, la mayor cifra registrada por YouGov en los últimos 11 años. Además, un 87% de estas personas opinaban que Liz Truss estaba gestionando mal su economía.
Y ahora, ¿Qué?
El reglamento de Partido Conservador estipula que el primer año de Gobierno de un nuevo primer ministro es un periodo de gracia. Por ello, Liz Truss tendría que haber estado protegida contra mociones de censura. Sin embargo, el Comité de 1922 es libre de cambiar su propia normativa, sobre todo si está sometido a una presión como la que los tories descontentos ejercieron respecto al ‘asunto Truss’.
La dimisión de la primera ministro desencadenará elecciones internas, idénticas a las que le granjearon el poder tras el problema con Boris Johnson. Pa. ra acortar el proceso, si embargo, esta vez solo votarán los parlamentarios del Partido Conservador. Liz Truss seguirá siendo primer ministra hasta tener un sucesor.
Los nombres que ya baraja la prensa británica son los mismos que en verano: Rishi Sunak, Penny Mordaunt, Jeremy Hunt, e incluso el propio Boris Johnson, que actualmente es el favorito en las encuestas.
Información y créditos de foto: eldebate.com