Ginebra, 14 jun (EFE).- Veinte años después de su muerte, el discreto sepulcro de Jorge Luis Borges en un pequeño cementerio de Ginebra mantienen vivo, de alguna manera, el deseo de un hombre que viajó a la ciudad calvinista para «convertirse en un hombre invisible» y «morir en paz».
| junio 14, 2006
El vigésimo aniversario de su muerte, que se conmemora hoy, pasará inadvertido en la ciudad suiza, donde el escritor argentino recibirá un homenaje privado al que asistirá María Kodama, su controvertida viuda y su heredera universal.
El cementerio de Plainpalais es un mínimo y coqueto camposanto con cerca de un centenar de tumbas que, en una zona muy céntrica de la ciudad del mismo nombre, está reservado a los ginebrinos celebres o a los amigos ilustres de la ciudad.
Entre ellas está la del teólogo y reformador protestante Jean Calvino (1509-1564), el psicólogo suizo Jean Piaget (1896-1980), el pedagogo suizo Rodolphe Topffer (1799-1846), considerado el padre de la historieta moderna, o el alemán Ludwigg Quidde (1858-1941), premio Nobel de la Paz en 1927.
También están enterrados los restos del diplomático brasileño y Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Sergio Vieira de Mello (1948-2003), fallecido en un atentado contra la sede de la ONU en Bagdad en 2003, al igual que la hija del escritor ruso Fiodor Dostoievski, Sophie (1868), que nació en Ginebra y cuya muerte, con apenas tres meses de edad, condujo a su padre a una profunda depresión.
Más parecido a un parque, donde incluso hay ginebrinos que acuden a leer bajo árboles centenarios o tomar el sol sobre el césped, el cementerio tiene a su entrada un panel en que se detalla la posición de quienes allí descansan: Borges está en la tumba 735, posición D-6.
En una reciente entrevista concedida a un medio suizo, su viuda, quien era 37 años más joven que él, asegura que Borges se sentía cómodo en Ginebra, porque «encontraba intimidad» y «lo único que quería era morir en paz».
Para el escritor, Suiza tenía «una ética y un respeto que habían dejado de existir en otros países», según Kodama, que recuerda en la entrevista lo «fantástico que era ver cómo la gente lo reconocía por la calle, sonreían y seguían su camino, como mostrando reconocimiento, pero no invasión».
Cansado del «asedio de los periodistas y de las llamadas y las preguntas», el propio Borges mandó el 6 de mayo de 1986 una carta a la Efe en la que explicaba que, como «hombre libre», había resuelto quedarse en Ginebra porque esa ciudad se correspondía con «los años más felices» de su vida.
«En Ginebra me siento misteriosamente feliz» y «me parece extraño que alguien no comprenda y respete la decisión de un hombre que ha tomado, como cierto personaje de Wells, la determinación de ser un hombre invisible», explicó el famoso escritor dos meses antes de su muerte.
Desde entonces, descansa a la derecha de un ciprés, en una reducida sepultura presidida por una lápida de piedra blanca y ruda del escultor también argentino Eduardo Longato en la que se lee bajo el nombre del escritor la inscripción «And ne forhtedon na».
La frase, en inglés antiguo, se traduce como «Y que no temieran» y forma parte de un poema épico del siglo X, género del que el escritor latinoamericano era un enamorado.
En el anverso, y junto a las fechas «1899/1986», hay un grabado circular con siete guerreros, copiados seguramente de otra lápida del siglo IX del monasterio de Lindisfarne, en el norte de Inglaterra.
En el reverso de la lápida se puede leer «Hann tekr sverthit Gram ok leggr i methal theira bert», traducido por algunos como «El tomó la espada y la colocó, desnuda, entre los dos».
Bajo esa inscripción aparece el grabado de una nave vikinga y una segunda inscripción que reza «De Ulrica a Javier Otálora», en referencia a su relato «Ulrica», el único de amor escrito por el autor del Aleph en 1975, cuando ya mantenía una relación con María Kodama.
En el relato, que cuenta un episodio de la mitología escandinava, «Javier Otarola» sabe que si posee a «Ulrica», la perderá para siempre, porque el amor conduce a la muerte.