Ciudad del Vaticano, 3 abr (EFE).- Con aspecto sereno, pero mostrando en su rostro el sufrimiento que ha pasado en los últimos meses y durante la agonía y exhibiendo unas manos blanquísimas que estrechaban un rosario, el cuerpo sin vida de Juan Pablo II fue expuesto hoy en el Palacio Apostólico para el homenaje de la Curia.
| abril 3, 2005
Quince horas después de fallecer y una vez que el Camarlengo, el cardenal español Eduardo Martínez Somalo, constatara su muerte, el cadáver de Karol Wojtyla, «Juan Pablo el grande», como ya se le conoce, fue colocado en un catafalco en la monumental sala Clementina, en la primera estación del rito de las exequias.
Bajo una gran lápida que recuerda que la sala se construyó durante el papado de Clemente VIII fue instalado el catafalco, revestido con telas de damasco beige. Encima fue colocado el cadáver de Juan Pablo II, cuya cabeza quedó recostada bajo tres cojines.
El Pontífice estaba revestido con los hábitos pontificales: sotana blanca y casulla roja. Sobre la casulla le fue colocado el «palio», estola de lana blanca con cruces negras (signo litúrgico de honor y jurisdicción), fijado con un gran alfiler dorado.
Sobre la cabeza tenía la mitra y apoyado sobre el cuerpo, en la parte izquierda, le fue colocado su tradicional báculo terminado en una cruz.
Las manos, extremadamente blancas, que impresionaban, las tenía unidas y un rosario entre los dedos, delgadísimos.
Calzaba sus tradicionales zapatos de color marrón rojizo.
A la derecha del catafalco fue colocado un cirio pascual del actual año, mientras dos Guardias Suizas rendían honores.
A la primera exposición de los restos asistieron un escogido grupo de periodistas de medios internacionales, entre ellos la Agencia EFE. Por primera vez, la imagen del Papa fue fotografiada y grabada y emitida por cámaras de televisión a menos de 24 horas de su muerte.
A los lados del catafalco velaban cardenales, arzobispos y obispos. En el lado izquierdo, al fondo, se encontraba su fiel secretario, el arzobispo Estanislao Dziwsz, y las cuatro monjas, encabezadas por sor Tobiana, que cuidaban el apartamento papal.
Verlo de cerca por primera vez tras la muerte impresionó, sobre todo porque bajo ese rostro más o menos sereno se percibía con claridad lo que ha tenido que sufrir en los últimos tiempos, aunque a él no le pesara, porque hasta los últimos días de vida mantuvo su máxima de «que bonito es gastarse hasta el final por el Reino de Dios».
La ceremonia de este primer rito de las exequias la presidió el cardenal Martínez Somalo, quien presentaba buen aspecto físico (padece del corazón) y se le vio sereno, aunque en algunos momentos, sobre todo cuando esparció agua bendita sobre el cadáver y lo miró fijamente, mostró aspecto triste.
El cardenal español era muy apreciado por el Papa. Se dice que era el único que hacía reír a Juan Pablo II.
La solemne ceremonia se celebró el latín y comenzó con el canto de la antífona «Yo soy la resurrección y la vida…».
Martínez Somalo revestido con paramentos rojos y estola roja pidió al Señor que acogiera el alma del difunto.
«Peregrinando ante su cadáver, damos gracias a Dios por los beneficios que a través de Juan Pablo II concedió a su Iglesia e imploramos la misericordia por las culpas que nuestro pastor ha cometido debido a su fragilidad humana. Suplicamos al Señor que lo acoja en su Reino y le conceda el premio por las fatigas que sostuvo por el Evangelio», dijo el Camarlengo.
En medio de un silencio total y con gran solemnidad, Martínez Somalo encendió el cirio pascual, mientras se cantaba el salmo «El Señor es mi luz y mi salvación».
Después con lentitud y solemnidad se acercó al cadáver, sobre el que esparció en tres ocasiones agua bendita, e invocaba que Juan Pablo II pueda contemplar «cara a cara» a Dios.
Fue uno de los momentos más sugestivos, acompañado de música sacra, y en los que se vio a Martínez Somalo semblante de mucha tristeza mientras miraba fijamente al Papa y bendecía el cadáver con el agua bendita.
La ceremonia concluyó con el canto del Padrenuestro en latín y después comenzó el homenaje de la Curia, de las autoridades italianas y del cuerpo diplomático acreditado ente el Vaticano.
Lo abrió el decano del colegio cardenalicio, Joseph Ratzinger, que oró unos momentos ante el cadáver y después le siguieron, entre otros, los purpurados Julián Herranz, Crescenzio Sepe, Javier Lozano Barragán, Camillo Ruini, José Saraiva y Dario Castrillón Hoyos, el arzobispo Leonado Sandri y numerosos prelados, entre ellos Cipriano Calerón Polo.
Italia estuvo representada por el presidente de la República, Carlo Azeglio Ciampi, y el Gobierno presidido por Silvio Berlusconi.
También estuvo el alcalde de Roma, Walter Veltroni, y el líder de la oposición Piero Fassino.
Todos los presentes dieron el pésame a Estanislao Dziwisz, quien en un momento no pudo retener las lágrimas.
Además de la Curia, también acudió a la Clementina el personal que presta sus servicios en el Vaticano. A media tarde se cerró la sala Clementina.
El cadáver del Papa será trasladado en la tarde del lunes 4 de abril a la basílica de San Pedro, donde recibirá el homenaje de cientos de miles de fieles de todo el mundo.