Provincetown, Estados Unidos | AFP | Tras varias horas recorriendo la bahía de Cape Cod y algunas falsas alarmas, los ocupantes de la nave de investigación Shearwater hicieron su primer avistamiento en un despejado día de abril: tres ballenas francas del Atlántico Norte, incluyendo una rara pareja de madre y ballenato.
El capitán detiene los motores y un trío de biólogos marinos se ponen en acción, rápidamente toman fotos y anotan marcas que pueden ser útiles para identificar especímenes y rastrear lesiones, una parte vital de los esfuerzos de conservación para una especie que se estima en solo 336 ejemplares.
Aunque la caza de ballenas que casi las llevó a la extinción ha sido prohibida por mucho tiempo, las colisiones con barcos y las ocasiones en que se enredan en redes de pesca son hoy la principal amenaza de la Eubalaena glacialis, uno de los mamíferos más amenazados en todo el mundo.
Con casi 18 metros de longitud y un peso de más de 70 toneladas, las ballenas francas del Atlántico Norte son las terceras más grandes que existen. Su esperanza de vida es similar a la de los humanos con individuos que pueden vivir hasta un siglo.
"Desafortunadamente, desde 2010 su población está en declive", explica Christy Hudak, líder del Centro de Estudios Costeros, en una expedición que partió de Provincetown, un enclave pesquero de Nueva Inglaterra en Estados Unidos, popular por el avistamiento de ballenas y el turismo gay.
"Tratamos de correr la voz sobre estas fantásticas criaturas y cómo son una de las especies clave en el círculo de la vida".
El equipo del centro de investigadores coordina con un avión de reconocimiento aéreo, mientras desde un barco otra parte del grupo vuela minidrones equipados con cámaras como parte de un estudio para evaluar el impacto de las redes de pesca en la tasa de crecimiento de estas ballenas.
Pese a los límites estrictos de velocidad de los barcos en algunas áreas protegidas y de las nuevas normas implementadas por las autoridades para limitar el número de redes entre las boyas y las trampas de cangrejos y langostas en el lecho marino, los conservacionistas temen que no sea suficiente.
Los problemas se agravan con el cambio climático: a medida que las aguas del Atlántico Norte se calientan, un pequeño crustáceo rico en aceite llamado Calanus finmarchicus, principal fuente de alimento de las ballenas francas, se está volviendo más escaso en su hábitat, que se extiende desde Florida hasta Canadá.
La bahía de Cape Cod no se está calentando tan rápido como las aguas más al norte, en el golfo de Maine, y por tanto es aquí, en su nicho tradicional de cría y alimentación donde hay más avistamientos de estos gigantes marinos.
Aparte de las fotografías y la toma de notas, la tripulación también realiza estudios sobre el plancton, lanzando redes y usando bombas de agua para tomar muestras a diferentes profundidades para hacer análisis de laboratorio.
El conocimiento sobre la composición y la densidad del zooplancton ayuda a los científicos a predecir los picos de llegada y partida de las ballenas.
La ballena "ideal"
Las ballenas francas fueron la presa favorita de cazadores comerciales por más de un milenio -por vikingos, vascos, ingleses, holandeses y finalmente por estadounidenses- que buscaban su grasa para el aceite de ballena y sus barbas -con las que filtran su comida- como material fuerte y flexible usado antes de la era del plástico.
De acuerdo con David Laist, autor de un libro sobre esta especie, su número antes de la caza comercial de ballenas alcanzaba unos 20.000 individuos, pero a inicios del siglo XX la especie fue diezmada.
Hubo solo un avistamiento confirmado en alguna parte del Atlántico Norte entre la mitad de la década de 1920 y 1950, escribe Laist.
"Los primeros balleneros pensaban que era la ballena ideal para la caza por su valor, grandes capas de grasa para producir aceite de lámparas", afirma Charles "Stormy" Mayo, fundador del grupo de investigadores Centro de Estudios Costeros.
Un reciente auge de nacimientos en la década de 2000 llevó a un pico de más de 483 animales en 2010, pero las cifras están de nuevo en declive y en 2017 la especie fue golpeada por muertes masivas por el cambio de las zonas para alimentarse.
"Catorce ballenas francas murieron en un periodo muy corto cuando se movieron a un área en el golfo de St. Lawrence, que antes no se conocía y no se gestionaba", dijo el experto.
Dicho desplazamiento debido a una disminución de la abundancia de presas parece haber sido causado por el cambio climático, y dejó a las ballenas muy vulnerables a las colisiones y redes que las mataron.
Y dado que la población ya está mermada, incluso unas pocas muertes son suficientes para desencadenar una espiral en descenso, según explicó Mayo, que fue parte del primer equipo en desenredar una ballena en 1984. El propio padre de Mayo cazaba ballenas piloto, y su familia vivió en el área desde el siglo XVII.
La tasa de nacimientos de ballenas en las aguas más al sur también ha disminuido.
Si tres años es considerado el intervalo normal entre los nacimientos, el promedio actual está entre tres y seis años, de acuerdo con la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés).
El estrés en las hembras -producido por enredos no fatales con las redes y ruidos en el océano provenientes de actividades humanas- estaría detrás del fuerte declive.
Crías juguetonas y fiesta de ballenas
Las ballenas francas se distinguen por su aspecto fornido sin aletas dorsales, así como por sus cabezas adornadas con parches nudosos de piel rugosa llamados callosidades, que exhiben un color blanco por los pequeños "piojos balleneros" (ciamidas) aferrados a sus anfitriones en lo que se cree es una relación simbiótica.
Siguiendo los consejos de sus colegas desde el aire, el Shearwater encuentra más ballenas francas incluyendo una cría juguetona que imita a su madre y una reunión que los biólogos llaman grupo activo de superficie, una oportunidad para socializar.
Las ballenas "se reúnen girando alrededor y tocándose unas a otras. El objetivo es aparearse pero también simplemente interactuar con otras ballenas francas. No siempre es por sexo", aclara Hudak.
De nuevo en tierra, Hudak dice estar motivada por lo que vio a lo largo del día: un total de 10 ballenas francas, dos parejas de madre y cría, y un grupo social, el "plato fuerte".
El futuro de esta especie a largo plazo aun está lejos de estar asegurado, pero hay esperanza.
Se están probando nuevas tecnologías para reducir los enredos, desde redes débiles que pueden romperse más fácilmente hasta trampas de pesca sin cuerdas que usan flotadores activados a control remoto.
Otras ideas incluyen el despliegue de más dispositivos de monitoreo acústico en las boyas para rastrear los movimientos de las ballenas respondiendo mejor y más rápidamente con límites de velocidad a los barcos en dichas áreas.
También es vital, según Hudak, incrementar la conciencia del público para proteger a estas criaturas.
La observadora de la nave, Sarah Pokelwaldt, una recién diplomada que realiza una pasantía en el centro de investigación, dijo estar impresionada por lo que fue su primer avistamiento de ballenatos.