Papa pensó en renunciar y no descartó ser enterrado en Polonia


Ciudad del Vaticano, 7 abr (EFE).- El fallecido Juan Pablo II pensó en la posibilidad de renunciar al papado tras el jubileo del año 2000 y no descartó en 1982 ser enterrado en Polonia, aunque tres años después dio libertad de decisión sobre ello a los cardenales, pero exigió ser inhumado bajo tierra.


Noticia Radio Panamá | Papa pensó en renunciar y no descartó ser enterrado en Polonia

| abril 7, 2005


Ciudad del Vaticano, 7 abr (EFE).- El fallecido Juan Pablo II pensó en la posibilidad de renunciar al papado tras el jubileo del año 2000 y no descartó en 1982 ser enterrado en Polonia, aunque tres años después dio libertad de decisión sobre ello a los cardenales, pero exigió ser inhumado bajo tierra.


Así lo manifiesta en su testamento, hecho público hoy por el Vaticano, un texto que escribió el 6 de marzo de 1979, pocos meses después de ser elegido Papa y al que añadió algunas páginas más en 1980, 1982, 1985 y 2000.


El Testamento, un bello y conmovedor texto, comienza con el lema de su Pontificado «Totus Tuus ego sum» (Soy todo tuyo).
Después, sus primeras palabras son que es preciso estar atento, ya que no se sabe el día en el que llamará el Señor y desde ese momento se pone en manos de «la Madre de mi Maestro».
«En estas manos pongo a la Iglesia, a mi nación (Polonia) y a toda la humanidad. Agradezco a todos y a todos pido perdón», escribió el Papa, en polaco, en 1979.
Tras subrayar que escribió el testamento después de releer el de Pablo VI, Juan Pablo II agregó: «No dejo nada, ninguna propiedad de la que sea necesario disponer».
«Respecto a las cosas de uso diario que me servían, pido que sean distribuidas como se considere oportuno. Los apuntes personales tienen que ser quemados. Pido que sobre esto vigile don Estanislao (su secretario, Estanislao Dziwisz), al que agradezco su colaboración y ayuda, y por lo comprensivo», escribe el Papa.


Karol Wojtyla agrega que en referencia al entierro «repito las mismas órdenes que dio Pablo VI, el sepulcro debe ser en la tierra y no en un sarcófago».
Ese es el primer testamento, fechado en Roma el 6 de marzo de 1979.
Juan Pablo II volvió a referirse al tema el 5 de marzo de 1982 y en la cuartilla añadida escribe que «sobre el lugar (del entierro), que decida el Colegio Cardenalicio y los «Compatriotas»».


Añade que por «Compatriotas», tiene en mente al arzobispo de Cracovia o al Consejo General del Episcopado de Polonia y que al Colegio de Cardenales «pido que satisfaga en todo lo que sea posible las eventuales peticiones de los citados».
En esta cuartilla del año 82, se nota el amor del Papa por su Polonia natal y que su corazón está dividido entre Cracovia, de la que fue arzobispo y cardenal y de la que salió para ser Papa, y Roma, cuna de la cristiandad.
Sin embargo, en 1985 cambia de idea. Y durante unos ejercicios espirituales, el 1 de marzo de ese año escribe que «el Colegio de Cardenales no tiene ninguna obligación de interpelar sobre este argumento a los Compatriotas, aunque puede todavía hacerlo si por cualquier motivo lo encuentra justo».
El cambio de idea tres años después puede deberse a las consultas que hizo a destacados cardenales sobre el asunto.


Una de ellas, según se supo hace años, fue al cardenal francés Jacques Martíns, a quien le preguntó qué le parecía la idea de que fuera enterrado en la catedral de Cracovia, a lo que el purpurado le respondió que haría felices a los polacos y que desilusionaría a la cristiandad.


Juan Pablo II hizo los añadidos a su testamento durante ejercicios espirituales.
Durante los del Año 2000 recordó las palabras que le dijo el cardenal primado de Polonia Stefan Wyszynski cuando fue elegido Papa el 16 de octubre de 1978: «La obligación del nuevo Papa será introducir a la Iglesia en el tercer milenio» y teniendo en cuenta que cumplió ese año los 80, la edad de jubilación de los cardenales, le atormentó el pensamiento de si no debería renunciar también él.


«A medida que el Año Jubilar avanza se cierra detrás de nosotros el siglo XX y se abre el XXI. Según los diseños de la Providencia me ha tocado vivir en el difícil siglo que se acaba y ahora en el año en que cumplo 80 años es necesario preguntarse si no es el tiempo de repetir como el bíblico Simón ‘Nunc dimittis» (he visto al Señor y ya puedo morir'».


Y agrega: «el 13 de mayo de 1981 -el día del atentado en la plaza de San Pedro- la Providencia Divina me ha salvado, Dios me ha prolongado la vida y desde ese momento pertenece aún más a El.


Espero que me ayude a reconocer hasta cuando tiempo debe continuar con este servicio, al que me llamó el 16 de octubre de 1978″.
«Espero también que mientras cumpla el servicio petrino (de Pedro) en la Iglesia, la misericordia de Dios me dé las fuerzas necesarias» para ello, añadió el Papa.


Esas palabras muestran el tormento de aquellos días del Pontífice, que siempre mantuvo que permanecería al frente de la Iglesia hasta que Dios quisiera.
En el añadido del año 2000, Juan Pablo II también se refiere a la situación en el mundo y resalta que en la década de los 80 era difícil y tensa, pero que desde otoño de 1989, ha cambiado.


En octubre de ese año cayó el Muro de Berlín y comenzaron a desmoronarse los regímenes comunistas de Europa del este.
«El último decenio (1990-1999) ha estado libre de las tensiones, pero ello no significa que no haya traído nuevos problemas y dificultades. Hay que dar gracias a la Providencia porque el periodo de la Guerra Fría ha acabado sin el violento conflicto nuclear, peligro que pesaba sobre el mundo en el periodo precedente», escribió el Papa.
En el testamento agradece la colaboración de todos y recuerda a los hermanos de las iglesias separadas, a los judíos -nombra al Rabino Jefe de Roma, el todavía vivo Elio Toaf-, entre otros.


Y concluye afirmando que conforme se acerca el día de su muerte le vienen a la memoria sus padres, su hermano, su hermana ,»a la que no conocí porque murió antes de que yo naciese», y su pueblo, Wadowice, «la ciudad de mi corazón».


«A todos quiero decir sólo una cosa: Dios os recompense», concluye el Papa, que cierra el testamento con la frase en latín: «En tus manos encomiendo mi espíritu».

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