La jerarquía católica, que hasta hace pocos años negaba el crimen y lo consideraba un accidente, se presentó como querellante y aportó pruebas.
| julio 6, 2014
El obispo riojano iba en coche desde Chamical a la capital provincial después del funeral por el crimen de dos sacerdotes y un catequista, también a manos del régimen, cuando dos coches lo hicieron volcar. Lo acompañaba un sacerdote que después dejó los hábitos, Arturo Pinto. En su momento, la dictadura, la prensa y la jerarquía católica coincidieron en que se había tratado de un accidente. Después del regreso de la democracia, en 1984 Pinto pudo contar que en realidad había sufrido una encerrona. Pero el caso no prosperó entonces en la justicia por las leyes de amnistía de 1986 y 1987 y los indultos de 1989 y 1990. Solo se reflotó después de que la Corte Suprema de Argentina declarar la inconstitucionalidad de aquellas medidas en 2005. Ese mismo año, el entonces arzobispo de Buenos Aires y actual papa Francisco, Jorge Bergoglio, encabezó una misa de reivindicación de Angelelli en la que lo llamó “mártir”. Era la primera vez que la jerarquía de la Iglesia lo calificaba así, aunque algunos pocos obispos, sacerdotes, religiosos y laicos llevaban décadas teniéndolo como referencia del compromiso con “quienes padecen hambre, miseria o injusticia en su vida", según decía el prelado asesinado a sus 53 años.
El otro de los condenados, Estrella, también dio la nota en su alegato al cometer un lapsus: “Todos los testigos convocados por la fiscalía dijeron que la escena del crimen no cambió… perdón, la escena del accidente”. El comentario despertó primero sonrisas y murmullos y después un aplauso del público presente en la sala judicial. Estrella fue condenado por organizar el crimen y Menéndez, por dar la orden. Además de Videla, otros dos acusados fallecieron antes del juicio.
Angelelli era un hijo de inmigrantes italianos que nació en Córdoba en 1923. A los 15 años ingresó al seminario, a los 22 continuó en Roma sus estudios y se ordenó sacerdote a los 26. Después regresó a Córdoba y comenzó a visitar barrios chabolistas y a asesorar a jóvenes obreros y universitarios. En 1960 fue consagrado obispo auxiliar de Córdoba. Como todos los prelados del mundo de aquel tiempo, participó del Concilio Vaticano II. "Todo intento de auténtica renovación lleva como precio el sufrimiento, la incomprensión y a veces hasta la calumnia", decía Angelelli.
Como obispo de La Rioja (Argentina), Angelelli se había comprometido con los pobres
Su prédica no caía bien en los sectores conservadores de la Iglesia cordobesa y el papa Pablo VI lo destinó en 1968 al frente de la diócesis de la vecina La Rioja, una provincia pobre y menos poblada. Cuando llegó allí, dijo que quería convertirse en el "amigo de todos, de los católicos y de los no católicos, de los que creen y de los que no creen". Muchos lo quisieron: durante el régimen militar que imperó de 1966 a 1973, alentó la organización sindical de los trabajadores rurales, los mineros y las asistentas y la creación de cooperativas para producir tejidos, ladrillos, pan y agricultura. Muchos lo odiaron: militares, terratenientes y otros católicos lo rechazaron por "infiltrado comunista", lo apodaron “Satanelli”. Incluso, en 1972, lo apedreó una turba liderada por un hermano latifundista de Carlos Menem, quien en 1989 llegaría a la presidencia de Argentina e indultaría a los cabecillas de la última dictadura de este país y a los jefes guerrilleros de aquella década de los 70. En la dictadura, advirtió al nuncio apostólico que las cárceles estaban “repletas de detenidos por el solo delito de ser miembros fieles y conscientes de la Iglesia” y también que él estaba amenazado de muerte. La amenaza se cumplió. Ahora se cumplirá la condena.